Tanto la biología como la psicología desde hace ya algún tiempo han estado descubriendo que la frontera entre lo normal y lo anormal no es tan clara como quisiéramos pensar. La diferencia entre perfeccionismo y obsesividad, entre nerviosismo y trastorno de ansiedad, o entre torpeza social y autismo, pareciera ser solo un tema de grados. Algo que la sabiduría popular había intuido hace ya tiempo.
Por un lado, existen indicios de que los mismos genes que están a la base de ciertos trastornos, son también “responsables” por los rasgos normales de personalidad que se les parecen. Los análisis genómicos han descubierto que los genes “sospechosos” de causar algunos trastornos, se distribuyen en forma normal dentro de la población general. Y, ¡oh, sorpresa! A mayor concentración de ellos, mayor presencia del trastorno [1].
También se ha encontrado que los rasgos “corren” dentro de la familia: los familiares de pacientes con trastornos diagnosticados, como autismo o esquizofrenia, suelen presentar rasgos de personalidad similares, pero normales. [2]
Esto implicaría la existencia de “grados” en el rasgo, que podrían ser causados por una mayor o menor acumulación cuantitativa de los genes “responsables”. También implicaría que los desórdenes mentales son extremos cuantitativos de las variaciones normales de personalidad. Dicho de otra forma, no existirían “trastornos”, sino “cantidades” de un determinado rasgo.
Hasta la psiquiatría, acostumbrada a las “categorías” diagnósticas bien definidas, ha comenzado a alinearse con esta visión. El National Institute of Mental Health de EEUU está cambiando su estrategia diagnóstica a un modelo de “dimensiones” más que las “categorías” que se usaban en el pasado. [3]
¡Atentos! Esta continuidad entre lo “normal” y lo “anormal” se refiere a las causas, no a las consecuencias. Los que están aquejados de un trastorno lo pueden vivir con un gran malestar, y los que lo rodean como una gran desgracia.
Y claro, el grado en que un rasgo será considerado “patológico” también dependerá, en gran medida, del ambiente. Un bajo nivel de “amabilidad” puede resultar adaptativo cuando el entorno social es duro [4]. Entrar a una carnicería y golpear con rudeza los animales recién faenados que cuelgan de un gancho sangriento es probablemente muy inadecuado, excepto si te llamas Rocky Balboa, en tus ratos libres cobras las deudas de un prestamista de Filadelfia y mientras lo haces se escucha música de Bill Conti.
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