Los autores de Nine Sapiens llevamos tiempo sentados sobre el muro que divide el mundo del eneagrama y el de la investigación científica, sin decidirnos a saltar hacia ninguno de los dos lados.
Somos psicólogos licenciados, con postgrados en salud mental y comportamiento organizacional, ligados a la universidad desde hace mucho y con más de 25 años de experiencia usando diferentes modelos de personalidad.
Percibimos el eneagrama como un modelo poderoso, nos sentimos retratados por las descripciones que ofrece, y como psicólogos, lo hemos utilizado tanto para predecir el comportamiento como para guiar el desarrollo de nuestros clientes. Tiene para nosotros un “sabor a verdad”.
Dicho esto, nuestra postura es altamente crítica del statu quo, tanto de la psicología “científica” y sus modelos preponderantes, como de muchas de las discusiones y propuestas actuales de los autores de eneagrama.
Respecto del eneagrama, vemos con gran escepticismo la creciente proliferación de variantes y descripciones hiper detallistas del modelo, que nos parecen improbables, excesivamente deterministas, y poco fundamentadas.
Tampoco nos gusta el “fanatismo” que observamos en algunos de sus defensores, que lo plantean como una “verdad revelada”, más allá de cualquier necesidad de comprobación.
Creemos que la única forma en que el eneagrama podrá consolidar su potencial y su contribución es sometiéndose voluntariamente al rigor de la metodología científica. Solo así podrá asentar su credibilidad, testear la validez y veracidad de sus distintos elementos, “depurando”, integrando y clarificando el modelo. Y de más está decir que el eneagrama ganaría mucho si bebiera de la fuente de la biología del comportamiento. Podría resultarle una bebida fortificante, y por qué no, transformadora.
Quizá aún más importante: quienes estudien el eneagrama para avanzar en la comprensión de su personalidad y en el camino de su propio desarrollo, podrán disponer de un conocimiento más sólido, que les permitirá una comprensión más real de sí mismos y de las palancas que pueden accionar para alcanzar un mayor bienestar psicológico, en lugar de quedarse confundidos en una red bizantina de conceptos que, al final del día, serán de poca ayuda.
Con la misma fuerza, renegamos del “dogmatismo” existente al interior de parte de la comunidad científica, que impide el diálogo con tradiciones diferentes o la apertura a fuentes distintas de conocimiento.
No comulgamos con el reduccionismo positivista que alienta a las teorías factoriales, ni con el relativismo de las aproximaciones postmodernas, que plantean que cada individuo es único, insondable, impredecible e inexplicable.
Y sobre todo, creemos que los modelos “científicos” de la personalidad necesitan ser más autocríticos respecto del grado de subjetividad que cada uno de ellos tiene. Ya que la “mano del hombre” puede verse claramente en las múltiples decisiones individuales que van dando forma, poniendo nombre, definiendo y describiendo sus constructos.
Si la comunidad científica logra traspasar sus prejuicios, podría beneficiarse con un modelo que llegaría a reconocer como el valioso producto de siglos de observación de la naturaleza humana, y de una intuición genial que le dio forma, incorporando un vasto conocimiento de psicología moderna en su diseño.
Porque finalmente, ni las ciencias sociales son tan exactas como les gustaría ser, ni el eneagrama surgió tan alejado de la ciencia, como a veces se pretende.
No queremos saltar hacia ninguno de los dos lados del muro. Lo que queremos es que el muro mismo se haga permeable.
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