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Más allá del Cambio

Hablar de cambio es muchas veces amenazante. Hay fundamentos y razones para pensar, sentir y actuar como lo hacemos. Algunas de estas razones tienen sus raíces en motivaciones muy inconscientes, en condicionantes de tipo fisiológico, en hechos felices o infelices anclados en nuestra historia y también en decisiones prácticas o valóricas asumidas conscientemente.

Entonces, cambiar, implica amenazar directamente nuestro particular equilibrio, nuestra homeostasis. Implica destruir nuestro estado actual por la promesa de un beneficio, que en el mejor de los casos es una apuesta más o menos segura, pero apuesta al fin.

En este contexto, aparecen ofertas en nuestro entorno, que ofrecen el cambio sin esfuerzo. “Baje de peso, sin hacer ejercicio y sin odiosas dietas”, “Alcance la iluminación en tres sencillos pasos”, “Abra su corazón y la misericordia universal aterrizará en usted” y la lista podría ser infinita. Estas ofertas tienen la particularidad de no resultar amenazantes, sino atractivas. Nuestro cerebro egoísta y holgazán, se sentirá lleno de deliciosas endorfinas que nos dirán que este es el camino verdadero. “No puede ser que miles de personas estén equivocadas.” “Es de sentido común, si no fuera cierto, ya los habrían descubierto”. Con más o menos argumentos, muy probablemente experimentemos una cierta atracción hacia estas ofertas de cambio sin trabajo.

La realidad es que resulta tautológicamente imposible cambiar sin romper nuestro estatus quo, nuestro equilibrio, nuestra homeostasis. Pensémoslo de esta forma: si usted no rompe su equilibrio, luego del proceso de “cambio”, su estado será igual al estado desde donde partió. Si rompe su equilibrio, tiene al menos tres alternativas: recuperarlo luego del proceso de cambio, empeorarlo en un estado de equilibrio peor, o bien, mejorarlo en un estado de equilibrio mejor.

Por otra parte, muchas veces no elegimos las situaciones de cambio. Nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestra etapa vital, nos llevan indefectiblemente a la necesidad de experimentar determinados cambios. Y si porfiadamente nos aferramos a un determinado estado, la vida misma nos hará cambiar.

Cambiar implica entonces romper un status quo, un determinado equilibrio, recorrer un proceso y volver a estabilizarse en un nuevo equilibrio. Si no hay ruptura del equilibrio, entonces no hay cambio. No habremos arribado a un nuevo estado. Este proceso supone, la mayor parte de las veces, un nivel mayor o menor de resistencia. Incluso en aquellos cambios deseados, cuyos beneficios están a nuestra vista, nos puede costar abandonar la antigua forma de hacer las cosas. Este es un evento natural, como seres humanos, queremos estabilidad, ciertas certezas, queremos un equilibrio que nos asegure frente a eventos futuros e inciertos. Esta natural necesidad de seguridad, nos eleva la barrera de dificultad, cuando hemos decidido cambiar o eventos externos nos ponen en la necesidad de hacerlo.

Aún en aquellos casos de personas que gustan de la adrenalina de lo desconocido, y aparentemente no temen al cambio, si el cambio se trata de apaciguarse y responder obedientemente a una rutina, vendrá la resistencia a hacerse presente.

En el contexto de la organización, con extremada frecuencia debemos enfrentar cambios. Desde los más simples, cambio de tecnología, cambio de puesto de trabajo, cambio de equipo, de funciones, de procesos, hasta otros más complejos, cambio de jefatura, enriquecimiento del rol, cambio de estructura, cambios de sistemas, culturales, de mercado, metas más ambiciosas, etc. Dependiendo del tipo de cambio, las personas vivenciarán mayores o menores grados de resistencia. Estas diferencias individuales son extremadamente importantes a la hora de gestionar las resistencias.

Aquí, una posibilidad de enfocar el cambio de manera diferente. Se trata de ampliar nuestro “repertorio conductual” y no centrarnos en el abandono de una conducta, es decir, incorporar una conducta nueva, en vez de eliminar una conducta presente. Entendiendo repertorio como el conjunto de las conductas que actualmente manifestamos.

Aumentando el espectro conductual

Si nos preguntamos por qué algunas conductas nos resultan tan sintónicas con nosotros mismos y otras nos cuestan tanto, rápidamente llegaremos a que nuestro repertorio de conductas probables, está determinado por múltiples factores, algunos de orden biológico, algunos explicables desde el aprendizaje y otros desde la voluntad y las preferencias. El resultado final de ese mix de conductas probables, es nuestra “forma de ser”. Es claro que podemos tener conductas distintas a esas, algunas solo con proponérnoslas y otras con un arduo trabajo de incorporación. Por ejemplo, en el ámbito académico, muchas veces se ve a profesores con gran facilidad para la investigación, pero con grandes dificultades para hacer clases. Las conductas asociadas a una y a otra actividad son distintas, pero la labor académica exige ambas. Podríamos encontrar el caso inverso, un profesor con grandes habilidades sociales que hace brillantes clases, pero con poca paciencia para la investigación. Ambos podrían incorporar las conductas asociadas a su área menos desarrollada, lo que no hará que cambien su “forma de ser”, sino que enriquezcan su repertorio de conductas, cambiando algo improbable por algo posible.

El objetivo del proceso de cambio individual consistiría entonces, en incorporar conductas ausentes en el particular repertorio conductual o bien desbloquear el potencial de una existente pero poco manifestada, para maximizar su desempeño. Se trata de remover obstáculos para el aprendizaje y la consecución de determinadas metas, trabajando en relación con la particular estructura de personalidad (la particular “forma de ser”).

La hipótesis a la base de este enfoque es que las personas se encuentran con obstáculos para el logro de sus metas, que están directamente asociados a la forma en que ven el mundo, en que toman sus decisiones, en que fijan sus prioridades, en definitiva, a su particular “forma de ser”. Pero si nos proponemos cambiar la forma de ser, probablemente abandonemos el esfuerzo. Tendremos que prepararnos para afrontar resistencias que vienen de lo más profundo desde las compulsiones más básicas, y que están asociadas a nuestra personalidad particular. Por otra parte, si olvidamos el cambio de “forma de ser” y solo nos proponemos incorporar una conducta nueva, entonces la tarea parece ser mucho más abordable. Tendremos que identificar muy bien cuál es la conducta que tenemos que incorporar, ya que tendrá que ser suficientemente eficaz en remover los obstáculos que nos están impidiendo alcanzar la meta. Y luego diseñar acciones o iniciativas que nos permitan aprender, entrenar y desarrollar la nueva conducta. Y luego de todo eso, habremos incorporado una conducta nueva. (O, dicho de otro modo, habremos cambiado, pero que no lo sepa tu mente, que ella cree que no se puede cambiar.)

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